El boom de la medicina estética: ¿realidad o evolución natural?

medicina estetica

Que las intervenciones de medicina estética se han popularizado y que esta especialidad vive una época de gran éxito y aceptación social son observaciones obvias y, además, constatadas con datos objetivos. Pero… ¿es producto de una moda o de un contexto social; será entonces algo temporal? ¿O quizá es que los profesionales que la integramos hemos hecho las cosas bien? Entonces, en ese caso, la especialidad solo podría ir a mejor.

Por el Dr. Daniel del Río Escola

Nadie puede dudar en la actual coyuntura, tanto en España como a nivel internacional, de que nuestra especialidad ha cobrado un inusitado protagonismo que, sobre todo, causa sorpresa a nivel social y mediático.

En una época en la que los smartphones nos mantienen conectados e informados casi al segundo de lo que ocurre o es tendencia en la otra punta del planeta y las redes sociales nos han transformado –en diferentes medidas– en “voyeurs” y “exhibicionistas”, es lógico que la imagen externa, el aspecto y el look tengan una importancia vital casi en cada una de nuestras rutinas y vivencias. Más aún cuando “mostramos” –publicamos– parte de nuestra intimidad en una plataforma tipo Facebook o Instagram casi a diario como método de comunicación socialmente aceptado desde hace tiempo. Pero este presunto condicionamiento… ¿es un pico casual o tiene un trasfondo lógico?

La era moderna de la ME

Hagamos algo de repaso a la historia y analicémosla detalladamente, pensando en términos temporales y poniendo como ejemplo los tratamientos líderes en los inyectables: la toxina botulínica obtuvo su primera certificación FDA para uso estético en abril de 2002 y el ácido hialurónico, en 1996. Por otro lado, en 1990 tuvieron lugar las primeras intervenciones con dispositivos de luz láser y, en 1994, las primeras depilaciones con láser de rubí. Esto quiere decir que hace dos décadas comenzaba la “era moderna” de la medicina estética como hoy la conocemos, y a partir de ese momento comienza a darse un crecimiento exponencial y la distribución universal que hoy pueden parecer incluso exagerados.

Desde luego, los datos de uso de la medicina estética abruman. Según el macroestudio de la SEME publicado en 2020, un 35,9 % de los españoles y españolas adultas se han realizado alguna vez un tratamiento estético (4 de cada 10 adultos en general y 5 de cada 10 si solo tenemos en cuenta a las mujeres), siendo casi un 60 %
tratamientos faciales inyectables.

Los motivos de fondo

¿Cómo se ha llegado a este punto de integración social de nuestra especialidad? Primero, por la tecnificación y el giro en ciencia de la medicina estética. La participación multidisciplinar de afines en nuestro campo (cirugía plástica, oculoplastia, maxilofacial y dermatología), así como el paso a buscar la excelencia científica en las técnicas y seguridad de los tratamientos, han provocado una aparición de artículos, revisiones y publicaciones en papers científicos que se ha multiplicado por 300 en los últimos 10 años (exceptuando el año 2020-2021, en el que, casi en exclusiva, han girado a la COVID-19).

Esto, sumado a la gran carga formativa de posgrado y la ofertada por los laboratorios del sector, hace que los profesionales tengan el máximo de opciones de poder ejercer con una formación continuada y adherida a la práctica, que ha dado como resultado un nivel de excelencia superior y muy destacado en España si nos comparamos con otros países del primer mundo.

Los artículos, revisiones y publicaciones en papers científicos en torno a la especialidad de la medicina estética se han multiplicado por 300 en los últimos 10 años

Paralelamente, la creación de sociedades científicas nacionales como la SEME o la SELMQ o más locales como MEDESMA (Málaga), AMECLM (Castilla la Mancha), AMEM (Madrid), ACAME (Canarias) o ASMEGA (Galicia), por citar las más relevantes, dotan a los doctores socios de herramientas –de formación, asesoría legal, protocolos sanitarios, ética y gestión– para allanar el camino profesional diario en nuestra especialidad.

Por otro lado, desde la industria, se ha conseguido popularizar y socializar el acceso a la medicina estética, permitiendo que deje de ser un servicio solo al alcance de las clases más altas y acercando con precios y tickets promedio o tratamientos asequibles al grueso de la sociedad y sin distinguir por estratos de edad. Asimismo, buscando líneas de producto adecuadas para cada tipología de edad, con su correspondiente transcendencia mediática. En este caso, los medios de comunicación digitales se han convertido en “canales de venta” que también colaboran a que haya una difusión casi universal e inmediata de las novedades, tratamientos y productos disponibles en el sector.

Si a todo lo anterior le sumamos la necesidad de un “rebote” en la autoestima de la sociedad pospandémica, y la necesidad de una mejora de la autoimagen tras una crisis tan dura como la que llevamos vivida desde el 2020, también se explica la demanda de tratamientos vinculados a esa circunstancia. De hecho, en el reciente Estudio de la Cátedra de Dermatología de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), publicado en el Aesthetic Surgery Journal, se constata que el bienestar psicológico de los pacientes sometidos a procesos de medicina estética facial mejora de un 62,8 a un 82,7 sobre 100, y que su autoconfianza a nivel social mejora de un 62,7 a un 80,9, que viene a refrendar otros estudios publicados hace unos años sobre los beneficios en el ánimo y como “antidepresivo” de los tratamientos con toxina botulínica en pacientes con trastornos de ansiedad y depresión.

También se ha sumado el hecho objetivo del cambio de paradigma de comunicación personal y laboral: el teletrabajo, los meetings por webcam, las entrevistas de trabajo online o simplemente las videollamadas con familiares y allegados han obligado a buscar un mejor aspecto de nuestros primeros planos y a dar una vuelta de tuerca a nuestras rutinas de cuidado facial, incluyendo por supuesto la medicina estética en la receta.

Y qué decir de la inclusión del paciente masculino en la consulta habitual de estética, que tenía apenas un 5 % de prevalencia en el 2005 y que presentaba cifras por encima del 20 % en 2019; y eso sin contar con las intervenciones de trasplante capilar.

Recientemente, un estudio científico ha constatado que el bienestar psicológico de los pacientes sometidos a procesos de medicina estética facial, así como su autoconfianza a nivel social, mejora en torno a un 20 %

Es bueno, y puede ser mejor

Se trata de un conjunto de circunstancias que hacen posible que este gran crecimiento sea asumible y sostenible, y que tenga aún con muchos márgenes de mejora a corto, medio y, por supuesto, largo plazo. Este margen de mejora será aún mayor si conseguimos el completo reconocimiento por parte de las autoridades sanitarias de nuestra especialidad, primero en España y luego a nivel europeo. También hay que hacer una mención especial a la incesante y constante lucha contra las diferentes vías de intrusismo, que no hacen sino desprestigiar y negativizar la medicina estética, situación que la SEME y otros colectivos médicos tratamos de solucionar y a la que nos dedicamos enconadamente, con todos los medios posibles.

Quizás solo debamos felicitarnos por el buen trabajo realizado y disfrutar de la buena salud de nuestra especialidad; y seguir en la línea de la ciencia, la ética y la formación para asegurarnos que no sea un boom o una moda sino una rama más de la medicina y un bastón en el que apoyar la expresión del bienestar interior, con el mejor aspecto individual, sea cual sea la edad o condición de nuestros pacientes.