No todo es masculino, no todo es femenino

La práctica de la medicina estética es un ejercicio de interpretación de los objetivos del paciente; de adaptar hábilmente un enfoque de tratamiento para proporcionar un resultado estético óptimo. Es un desafío para los médicos que se ve agravado por el hecho de que, cada vez más, existe una mayor diversidad de pacientes con respecto al origen, la edad y género como constructo social que buscan reflejarse a sí mismos mediante los tratamientos estéticos.

Por el Dr. Luis De Sola Semería

El envejecimiento es un proceso que no puede ser vencido. Con el paso del tiempo, todo individuo pasa por un fenómeno de transformaciones complejas que restan juventud. Y es en la cara donde se manifiestan los mayores signos inestéticos del envejecimiento, y donde mayor connotación negativa acarrea este proceso.

En la actualidad, con los continuos cambios en la esfera cultural, social e incluso laboral, cada individuo quiere reflejar una mejor versión de sí mismo. Como dice el refrán: “La belleza no tiene edad”, y cada vez son más los pacientes de distintas edades (y también de distinto sexo) quienes quieren rejuvenecer su rostro.

Cambiamos, pero no tanto

Desde que se llevan registros estadísticos globales de la práctica de procedimientos estéticos no invasivos, hace poco menos de 30 años, se ha encontrado que, en sus inicios, más del 90 % de ellos eran practicados a mujeres. Pese a que año tras año aumentan los porcentajes de tratamientos realizados, la tasa de acceso en pacientes masculinos es baja con respecto al de las mujeres: ellas siguen dominando el campo. Y estos datos se pueden extrapolar en todo el mundo.

En los últimos años, sin embargo, se viene viendo un aumento global (lento pero constante) de los procedimientos estéticos mínimamente invasivos en los hombres.

Nos encontramos aquí con varias dicotomías. Se podría argumentar que los procedimientos estéticos en el paciente masculino van aumentando debido a la cada vez mayor aceptación cultural de los conceptos de autocuidado y autoimagen; a pesar de que aún se observan percepciones negativas en el hombre (a distintas edades y en distintas geografías), sobre la pérdida de masculinidad con los procedimientos estéticos. Por el contrario, también podríamos inferir que disminuye globalmente el número de tratamientos en la mujer tras el surgimiento de la cultura feminista y cultura de la “autoaceptación de la imagen corporal”, que podemos ver reflejada en ciertos ejemplos como la tendencia de mantener el color natural o canas en el cabello, el vello corporal o las arrugas faciales.

La modificación del cuerpo y la presentación del yo físico es un elemento intrínseco de los seres sociales: hace visibles las identidades, marca los límites entre grupos y clases y expresa sentimientos de dignidad y orgullo

Si bien el acceso generalizado a los procedimientos estéticos es un fenómeno relativamente moderno, el interés en la belleza y la imagen corporal en sí es universal.

A lo largo de las eras y en todo el mundo, las personas han modificado sus cuerpos y moldeado la imagen que presentan a los demás a través de su ropa, maquillaje y peinados, así como a través de técnicas permanentes como tatuajes, piercings o perforaciones y cirugía. Esta modificación del cuerpo y la presentación de la autoimagen o yo físico es un elemento intrínseco de la vida como ser social: hace visibles las identidades, marca los límites entre diferentes grupos y clases de personas y expresa sentimientos personales de dignidad y orgullo. Si bien es cierto que cada civilización o cultura busca la belleza, los conceptos que definen un “rostro hermoso” tienden a no variar mucho, ni a lo largo del tiempo, ni entre razas. Mientras los ideales estéticos del mundo se vuelven progresivamente más culturalmente diversos, los conceptos de belleza son más fácilmente compartidos en todo el mundo y, en un sentido figurado, sus habitantes están más cerca de mirarse a través del mismo espejo.

Dicho esto, lo que sí cambia de forma evolutiva son los matices sociales y culturales que impactan en la percepción de la estética entre ambos sexos. La publicidad y el marketing refuerzan ampliamente la creencia de que la belleza está relacionada con la felicidad y el éxito. Las mujeres, en particular, están rodeadas del mensaje de que tienen el deber de “dar lo mejor” de sí mismas, mientras que al hombre se le presiona por “ser el más competitivo” en el ámbito laboral.

Adicionalmente, otros factores se conjugan en la percepción y actitudes hacia los tratamientos estéticos entre el hombre y la mujer: impacto e interacción de las redes sociales, la cultura del famoseo o las celebridades o tendencias económicas y sociales actuales, como la jubilación tardía o la decisión de no tener hijos. Estos y otros factores condicionan la diferente percepción, aptitudes y expectativas frente a los procedimientos estéticos entre el hombre y la mujer.

Autoimagen y rejuvenecimiento

La autoimagen es la construcción multidimensional, compuesta de percepciones, sentimientos y pensamientos, que los individuos tienen sobre su apariencia física. Se cree que la imagen corporal preferida está influenciada y determinada en gran medida por una combinación de factores ambientales, sociales y culturales. Para muchas personas, la percepción de una autoimagen ideal puede llegar a ser inalcanzable, pudiendo causar un impacto negativo en el bienestar fisiológico. De hecho, un estudio publicado en 2017 analizó algunas actitudes que determinaban el incremento de intervenciones estéticas en pacientes en EE. UU., encontrando como elementos predictores aquellos que se correlacionaban con índices altos de insatisfacción con la autoimagen. Por un lado, una mayor frecuencia de utilización de medios como la TV o las redes sociales; por otro lado, se observó un fenómeno de estrés asociado a los roles de género.

Este punto se basa en la asunción de que el hombre y la mujer se deben adaptar a los roles sociales impuestos por la sociedad. Dicha imposición de roles actúa como catalizador, capaz de modificar reacciones emocionales, preferencias, conductas y hábitos, tanto en el hombre como en la mujer.

Por lo tanto, es razonable que esas personas insatisfechas con su autoimagen reporten un mayor interés en los tratamientos estéticos como herramienta para alcanzar ese ideal de belleza autopercibido. Es aquí donde se hace imprescindible que el médico que realiza estos tratamientos tome en cuenta algunos elementos de la “estética de género” en el planning de los procedimientos de rejuvenecimiento femeninos o masculinos.

A la hora de comenzar a planificar las intervenciones estéticas partimos de una serie de landmarks que difieren entre el hombre y la mujer; elementos biológicos (hormonales y anatómicos) determinados por la genética y asignados al nacer

Y estos son elementos que van desde los conocimientos médicos y anatómicos pertinentes o las destrezas técnicas y de administración de productos, hasta detalles intangibles como el sentido de la estética, la armonía o la belleza combinados con la imagen y deseos percibidos del paciente.

La estética de género

A la hora de comenzar a planificar las intervenciones estéticas en los pacientes partimos de una serie de landmarks o elementos biológicos que difieren entre el hombre y la mujer. Estos elementos biológicos (hormonales y anatómicos) son entonces aquellos determinados por la genética y asignados al nacer.

Comenzando con diferencias a nivel de piel y anejos cutáneos, la diferenciación de hormonas sexuales juega un papel importante. Así, en la mujer, los receptores de estrógenos en la piel juegan a favor de la captación de agua y la hidratación; mientras que en el hombre esta función se ve comprometida a causa de los andrógenos, que provocan un estado de hiperplasia sebácea y la alteración de la función de barrera cutánea.

Adicionalmente, los estrógenos tienen un papel negativo en el grosor de los estratos cutáneos y la producción de colágeno. Se sabe también que, desde el punto de vista anatómico, el envejecimiento de las estructuras musculares, grasas y óseas no es el mismo en el hombre ni en la mujer, de forma que se debe atender a ese dimorfismo anatómico para planificar efectivamente una intervención estética según el género.

Si bien es cierto que, para ambos sexos, el objetivo a conseguir tras un procedimiento estético no quirúrgico es el de tratar y prevenir los signos visibles del envejecimiento, las motivaciones psicológicas y sociológicas para buscar dicha mejoría difieren: en la mujer, la principal es causar un impacto positivo en su vida personal (empoderamiento) y en su esfera social (ser vista como mejor madre, mejor vecina, mejor trabajadora, etc.); mientras que la principal motivación en el hombre sería la de causar un impacto en su vida personal, sexual y competitividad laboral, sin que eso afecte a su masculinidad.

En cuanto a los elementos que marcan la estética de género a la hora de planificar las intervenciones estéticas en los pacientes y que no dependen propiamente de ellos, sino de las aptitudes, habilidades técnicas y sentido ético y estético del médico que las planifica, comenzamos con el seguimiento de técnicas de rejuvenecimiento estético que están de moda generalmente gracias a las RR. SS. y que son altamente demandadas por ambos sexos (russian lips, foxy eyes, rhinofiller, etc.). Estas tendencias suelen ser fugaces y requieren un alto grado de experticia técnica del médico y capacidad de poder cribar el tipo de paciente al que van dirigidas, pues estos tratamientos no son para todo el mundo.

Otra de las tendencias de estética de género ha surgido como resultado de la personalización del paciente masculino y femenino: la masculinización y la feminización estética. Esta toma el conocimiento de los elementos biológicos del dimorfismo sexual para establecer unos puntos clave a los que irán orientados esos tratamientos estéticos. Es decir, puntos clave que definen la belleza femenina y la masculina; de tal forma que tratan de realzar el atractivo del paciente de acuerdo a su sexo biológico.

La rinoplastia feminizante

Adicionalmente nos encontramos también con un tema que es el de la estética de género cis versus trans, muy delicado y que requiere no solo de buena destreza técnica del médico, sino de mayor habilidad psicoempática, ya que involucra no solo la percepción del médico hacia la imagen del paciente, sino la autopercepción del paciente sobre su propia imagen corporal. Cuando el tratamiento estético sobrepasa el elemento anatómico ligado al sexo biológico podemos encontramos con situaciones como la feminización masculina, realzando en el hombre detalles faciales de atractivo propios del género femenino y viceversa (masculinización femenina).

Dimorfismo sexual y feminización facial

Desestigmatizar el rejuvenecimiento

Envejecer constituye un proceso biológico inevitable y no patológico. Y como tal, la cultura de intervenciones estéticas para ralentizar el envejecimiento debe ser despatologizada y desestigmatizada. Dada la importancia que tiene el atractivo físico en la cultura occidental contemporánea, no es de extrañar que muchas personas busquen un medio para cambiar sus características físicas para cumplir con los ideales de atractivo social. De hecho, la demanda de tratamientos estéticos ha aumentado mucho en los últimos años.

Aunque los hábitos, acceso y tipos de tratamientos de medicina estética sean los mismos en ambos sexos, hombres y mujeres tienen diferentes objetivos orientados al rejuvenecimiento. Por supuesto, hombres y mujeres no son iguales. Si les tratamos por igual y nos dirigimos a ellos con las mismas estrategias de publicidad, diagnóstico o tratamiento, suponiendo erróneamente que buscan lo mismo, y no atendemos a su autopercepción, nos encontraremos con casos de resultados estéticos bien ejecutados, pero pacientes insatisfechos, pues no verán reflejado su ideal de belleza percibida.

La práctica de la medicina estética es un ejercicio de interpretación de los objetivos del paciente; de adaptar hábilmente un enfoque de tratamiento para proporcionar un resultado estético óptimo y de fomentar, en el proceso, una relación de confianza médico-paciente. Al diseñar el mejor enfoque de tratamiento, el profesional a menudo puede enfrentarse al desafío de descifrar los motivos subyacentes que impulsan a su paciente a perseguir sus objetivos específicos. Si bien algunos pueden ser muy receptivos y adoptar el enfoque de tratamiento propuesto; otros, con una mentalidad completamente diferente, pueden rechazar la misma sugerencia y retirarse por completo. Este desafío se ve agravado por el hecho de que los facultativos se encuentran cada vez más con una mayor diversidad de pacientes con respecto a la raza, el origen étnico, la edad y género como constructo social que buscan reflejarse a sí mismos mediante intervenciones estéticas.

Si tratamos a todos los pacientes por igual y no atendemos a su autopercepción o los motivos subyacentes que les impulsan a realizarse tratamientos, obtendremos resultados estéticos bien ejecutados, pero pacientes insatisfechos

Existe mucha formación para conocer nuevos tratamientos y tecnologías y para perfeccionar la técnica, pero no hay nada que facilite directamente el mantenimiento y la práctica de la comprensión del paciente. Los médicos necesitan, entonces, una estrategia que les ayude a agilizar el desafío de interpretarles. Esta empieza por entender que no existe un solo enfoque de tratamiento que atienda las necesidades de todos.

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